La gran 7 : Boca humillo al Bolivar y le metio 7

Boca tardó un minuto exacto en anunciar cuál era el objetivo de la noche. El
equipo recién había salido de la manga y surgió el grito espontáneo de la
tribuna, pero ésa es una historia para más adelante.

Media hora tardó Boca en hacer realidad el deseo de la gente. Fueron casi
simultáneos, el gol del Toluca y el de Boca. Y a partir de ahí empezó a
cumplirse lo que todos esperaban. Lo bueno que había hecho el Bolívar por su
orgullo empezó a caerse, rodó 3.600 metros hasta el nivel del mar. En los
minutos que fueron desde el 1-0 de Palacio que entró por la fuerza hasta el
final del primer tiempo, Boca le pegó tres tiros al suspenso. Lo asesinó. Y
lo que siguió fue puro deleite. En ese cuarto de hora, no hubo más nada que
Melgar pudiera hacer para quedarse pegado a Riquelme. No hubo más milagros
del arquero Zayas ni pelota bajo la suela de Reyes. Fue fiesta de gritos,
homenaje al Melli en el entretiempo y en los siete goles, una demostración
de que Russo no estaba equivocado cuando soñaba con el primer puesto del
grupo (debía hacer ocho y que empataran Toluca y Cienciano). Y el reloj no
fue enemigo sino aliado: hasta hubo tiempo de que metieran goles Dátolo y
Marioni, los primeros oficiales de los dos en Boca. Como para que nadie se
quedara fuera del shock de confianza.

Hubo, eso sí, un gran responsable. Antes de que el análisis se desvirtuara
por la falta de equivalencias, Boca volvió a mostrar su fútbol artesanal. El
fútbol Romántico que ahora quedará cara a cara, una vez más, contra el
fútbol industrial de La Volpe. Como hacía el Bigotón, Riquelme le taladró
los oídos a Dátolo, pero él lo sacó bueno. Le reprochó a Banega que no le
hubiera hablado a Ibarra en una jugada en la que Ever estaba de frente y el
Negro la revoleó de espaldas. Se movió por la izquierda, por el centro, en
el área (le hicieron el penal del 2-0). Relevó después de perder alguna.
Señaló el lugar por el que debía pasar cada pelota. Y jugó al fútbol como no
juega nadie.

Boca jugó al ritmo de su inspiración de artista. A ver: el equipo tiene un
esquema dentro del cual hay que moverse, cierto orden defensivo, algunas
cuestiones tácticas que atender; no es un equipo lleno de espíritus
indomables en el que reina el libre albedrío. Pero hay bastante lugar para
la impronta personal. Riquelme es el producto único, fuera de la línea de
producción, difícil de encasillar en una pizarra, imposible de mecanizar. Y
al ser él el cerebro del equipo, su alma guía, todo el equipo juega a lo que
él juega.

Hacía un minuto que Boca había entrado a la cancha. Sólo había habido tiempo
para que Boca posara y Riquelme empezara a seducir a los árbitros desde el
respeto de ir a darles la mano. Entonces la hinchada gritó. Ordenó. Anunció
el objetivo de la noche y del semestre: "Vamo'' a traer la Copa a la
Argentina, la Copa que perdieron las Gallinas, las Gallinas".

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