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No hay ningún otro equipo en el país que sepa jugar finales como las sabe jugar Boca. Y la de ayer, en este fútbol que parece necesitar definiciones precoces, era una final.

Saber jugar una final significa ganarla, y por eso Boca puso temple, actitud, inteligencia, orden, presencia, ambición, orgullo y fútbol para apagar el fuego rojo y empezar a tapar ese horror en el escalonamiento defensivo que terminó en el rápido gol de Denis.

Boca inauguró oficialmente la era post Riquelme con una victoria de ésas que marcan. Y que dejan marcas, como la que deja Ibarra cada vez que llegan partidos decisivos. El Negro agarró la bandera y arrió a su equipo: lo sacó de esa pesadumbre inicial y contagió. No pudo hacer demasiado con una tarde especialmente ordinaria de Morel Rodríguez, errática de Urribarri y una tarde más de Dátolo, no por nada los tres titulares que no terminaron el partido.

Pero Ibarra no estuvo solo, para nada. Como primera medida, lo sustentó un equipo. Además, hay pibes que ya mamaron cierta mística. Hay que mirarlo a Banega para entender que ciertas cosas se traen de la cuna. Pone la patita y juega un montón, siempre con pasitos cortos que parecen fáciles de detener pero son imposibles de descifrar: de doble cinco, de volante por izquierda, de oportunista hasta para sacar un centro de su área en tierra de grandotes... De todo.

Ya no es un pibe, pero hay que verlo a Caranta, capo del área y enorme ante Denis y Mareque, para entender otra de las diferencias del partido: Assmann tiene condiciones pero le falta comerse más goles bobos (ayer sumó otro con el primero de Boca). Hay que aplaudir y admirar a Palermo, líder para pedirles a sus compañeros que salgan del fondo, primera referencia defensiva en las bolas paradas y otra vez goleador. Y hay que tirarle la pelota a Palacio, desequilibrante y guapo para ir y pasar: lo que no hay que hacer es esperar 100% de efectividad en el 14.

Y por último, es necesario detenerse en Gracián. Hizo un golazo, el mejor del partido por cambio de ritmo, velocidad y definición. El gran desafío de Gracián y de Boca será conocerse, aprender uno del otro. El Tano es enganche y Boca debe acostumbrarse a jugar con un enganche que no sea Riquelme. Hasta ese 3-1 que llevó a Russo al éxtasis, Gracián casi no había tocado la pelota cuando a Román se la daban como mandato básico.

Lo que enaltece aún más este triunfo de Boca es el rival, el puntero del campeonato, ese Independiente que primereó a partir de una hermosa conexión entre Díaz, Montenegro y Denis, pero que se quedó sin respuestas futbolísticas y por momentos hasta anímicas. Falló Rodríguez, entró mal Pusineri, se apagaron el Rengo y el Rolfi, perdió en el medio y pagó en su área. Ingresaron bien Sosa y Fredes, pero ¿era Díaz la mejor opción para salir? Y las quejas hacia Maglio sólo pueden entenderse desde la pasión.

La misma que pone en cancha Boca para jugar partidos decisivos. Y ganarlos, por supuesto.

Fuente: Ole.com

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