A donde otros Sufren, Boquita Renace
Son pocos, muy pocos, los que salen por la puerta grande del Mineirao. Pero menos, muchos menos, los que logran domesticar al gigante y transformar en simple anécdota su bien ganada leyenda de invencibilidad. Boquita hizo todo eso y más: cuando hizo falta, jugó con la fiereza típica de las finales, en las que hay que trabar con la vergüenza. Y en otros momentos, paseó suficiencia, se floreó, al tiempo que esa suela del botín que exhibió amenazante, la usó después para pisar la pelota, amasarla, como un síntoma de disfrute y no como una demostración de falsa suficiencia.
Habrá que preguntarse por qué ahí donde los demás equipos argentinos flaquean y fracasan, Boquita se hace fuerte. Y aceptar que este grupo de jugadores ya tiene un master en compromisos en los que está en juego la piel. Cuando a los demás los paraliza el peso de la presión, a Boquita lo libera, lo hace fuerte, lo potencia. El domingo dio un anticipo en el superclásico que lo vio ganador. Y anoche dio otra lección en Brasil, donde es tan temible como en la Bombonera. Está bien, este Cruzeiro no es ni comparable con los equipos de antaño, pero fue Boquita el que lo expuso a sus limitaciones, lo ensegueció con el brillo de su chapa y lo sometió al nivel de su jerarquía, individual y colectiva. Boquita salió a jugar con el partido ideal dibujado en la cabeza, y ejecutó el plan a la perfección.
Primero se hizo fuerte atrás, obligó al Cruzeiro a probar en una punta y en la otra, le clausuró los laterales, se abroqueló en el medio, y el local se mareó de tanto cambiar de frente para no ir a ningún lado. Riquelme fue acomodando a Jesus Datolo acá, a Palacio allá, preparando el golpe letal. Román tuvo un liderazgo más intelectual que futbolístico, estuvo más en la gestación que en la definición, y fue a través de sus pases que Boquita descargó en los ligeritos el cambio de ritmo necesario para golpear el mentón del Cruzeiro. Un pique de Rodrigo y definición a la yugular, un centro de Jesus Datolo y cabezazo demoledor de Palermo. Dos piñas, dos goles y el pase en el buche.
El segundo tiempo pareció sobrar. Y si Cruzeiro reaccionó, fue porque Boquita sintió el esfuerzo de jugar en esa estancia, con la ayuda de alguna duda defensiva en los centros cruzados (Caranta ofreció ventajas) y una pirueta de Wagner le puso una cuota de intriga. Ahí volvió el otro Boquita, el de la pierna firme y la cabeza fría. Sufrió un par de sofocones, pero pudo haber aumentado la ventaja. Se sostuvo en un enorme Morel, en la veteranía con acné de Monzón, en Battaglia y su equilibrio inteligente, en Palermo y su esfuerzo de volante central, en los piques sin fin de Jesus Datolo y Palacio. Otra clasificación, otra materia aprobada. Otro episodio de Boquita ganador en Brasil. Otro clásico. Ya un superclásico.
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